domingo, 30 de enero de 2011

La F1 y la muerte en una soleada tarde de verano

“En 1968, cuando competía, había veintidós pilotos en la parrilla de la primera carrera de abril, en Hockenheim. A mediados de julio, habían muerto tres. Y esta era la tónica en los setenta”. Max Mosley reflexionaba en el reportaje Sheene y Hunt, when the playboys ruled the World sobre la dramática época que le tocó vivir como piloto y, luego, propietario de equipo.

El mismo Mosley tomó parte en aquella carrera de Fórmula 2 en Hockenheim, donde falleció Jim Clark, quizás el mayor talento natural de este deporte. Pero aquel enorme shock no detuvo la intrínseca fatalidad que acompañaba al automovilismo deportivo y a la Fórmula 1 en particular. Por ejemplo, Francois Cevert, Mike Hailwood y Peter Revson participaron en otra película de 1973, Champions forever. Cevert y Revson ya estaba muertos doce meses después.

La lista es muy larga para detallarla aquí. En 1970 fallecieron Martin Brain, Piers Courage y Jochen Rindt. En 1971, Joe Siffert. 1973 vio la muerte de Francois Cervert y Roger Williamson. Al año siguiente, fallecían Peter Revson y Helmut Koining. En 1976, Mark Donohue y casi Niki Lauda… Hay más. El trágico goteo solo comenzó a ralentizarse en los ochenta y hasta 1994, cuando falleció Ayrton Senna. El propio Max Mosley fue instrumental para detener la sangría.

“Unas pelotas muy grandes para correr”
“Hacía falta un enfoque mental absolutamente diferente al de hoy en día”, explicaba el ex piloto Gerhard Berger en el mismo reportaje citando anteriormente, “y unas pelotas muy grandes para correr”. Porque se exigía una pasta especial para asumir las tragedias personales, o las de rivales que también podían ser amigos, como nos refería el español Emilio de Villota, quien vivió aquella época. “Al llegar a la F1 preguntaba a muchos de mis compañeros quiénes pensaban que eran los mejores pilotos. Y todos estaban impresionados por Lauda, que casi falleció en un accidente, y tres semanas después estaba corriendo otra vez. Dos años después subí con él en un ascensor, y me costaba mirarle”. El austríaco fue dos veces campeón tras su accidente…

Esta dura realidad no siempre se lograba manejar psicológicamente con éxito. Como James Hunt, campeón del mundo de 1976, quien perdió todo estímulo tras rescatar a Ronnie Peterson de entre las llamas en Monza, 1978. Hunt se retiraría a comienzos de 1979. También años antes, David Purley intentó salvar heroica e infructuosamente a Roger Williamson mientras ardía su monoplaza, ante la incapaz mirada de los comisarios.

Empapado por el goteo de la gasolina
A Jackie Stewart, el impacto le llegó en carne propia, además de perder a algunos pilotos muy cercanos, como el propio Jim Clark o Jochen Rindt. Este último falleció en Monza al ceder un rail de seguridad con el impacto de su monoplaza, entrando la suspensión por debajo de la barrera. Además, Rindt solo se ajustaba el cinturón de seguridad superior y no el de la entrepierna, como previsión ante un posible incendio del monoplaza, el mayor temor de los pilotos de la época, una experiencia vivida de manera dramática por el propio Stewart en Spa, en 1966.

Bajo la lluvia, en los inicios de la carrera, el escocés se salió de la pista a casi 200 km/h. Se estrelló contra una cabina telefónica, su monoplaza acabó boca abajo, y el escocés atrapado por el volante. Mientras Granham Hill y otros pilotos intentaban desmontar éste para liberarle, Stewart pasó veinticinco largos minutos empapado por el agónico goteo del depósito de gasolina y el temor a un chispazo que desencadenara la tragedia. Luego sería colocado en una camioneta a la espera de una tardía ambulancia que se perdería camino del hospital. Si sus lesiones hubieran requerido atención inmediata, el piloto británico no hubiera sobrevivido. Cuando murió su amigo Francois Cevert en 1973, Stewart, como Hunt, ya no pudo más. Pero también fue campeón tras aquel accidente.

El que sabe, no habla; el que habla, no sabe
Afortunadamente, la F1 actual ha perdido aquella morbosa atracción de la muerte rondando en cada carrera, por obvias razones éticas y humanitarias, y por su incompatibilidad con la imagen que la Fórmula 1 requería para la presencia de las grandes corporaciones patrocinadoras. Pero conviene no subestimar el riesgo que afrontan los pilotos actuales. Quizás el valor no puntúe tan alto en el perfil idóneo del piloto actual. Pero antes de caer en la tentación de considerar un paquete a Felipe Massa, por poner un ejemplo, deberíamos pensarlo dos veces. El brasileño, tras Hungría 2009, sabe de lo que hablamos.

“Las carreras de autos, los toros y el alpinismo son los únicos deportes auténticos… todos los demás son juegos”, llegó a decir un diletante Ernest Hemingway, quien disfrutaba de todos ellos desde la barrera. Muchos años más tarde, Max Mosley lo veía de otra manera. “La gente que habla de la atracción del peligro es aquella que nunca tuvo que enfrentarse de primera mano con la muerte, para luego tener que decirle al padre que su hijo acaba de morir”, explicaba el ex presidente de la FIA.

“Es fantástico hablar del romanticismo de vivir al límite”, seguía Mosley, “pero cuando alguien acaba de morir…, y tienes que ir a su funeral…, que normalmente tenía lugar en una maravillosa tarde de verano….”. Llegado a este punto, Mosley, visualizando alguna imagen del pasado, se quedó mudo, emocionado, a punto de llorar. Entonces, la cámara se apagó respetuosamente.

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